Hoy por hoy hay cosas que simplemente ya no se ven bien, como el racismo. Y eso es resultado del cambio en el discurso público.
No me malentiendan, no es como que el racismo alguna vez haya estado bien, pero lo cierto es que no teníamos conciencia. Hoy está a flor de piel.
Hace 6 años, cuando AMLO llegaba a la presidencia y con él todo un ejercicio de democratización del discurso público, se entendió finalmente la herida que el racismo había abierto entre los mexicanos. Por ejemplo, por aquel entonces yo no sabía quién era Chumel Torres, pero me lo recomendaron, que lo viera, me dijeron, que está chistoso. No me pareció chistosa ni su misoginia ni su clasismo ni su racismo, sin embargo, no terminaba de entender por qué me parecía grotesco. Ahora lo tengo muy claro. No podemos seguir perpetuando un discurso discriminatorio y de odio, así se esconda tras la comicidad.
Pese a todo, el racismo parece arraigado en ciertos sectores de nuestra sociedad, quizá minoritarios, pero llama la atención.
De la controversia surgida porque Claudia Sheinbaum no invitó al rey de España a su toma de protesta, hay reflexiones que vale la pena hacer, porque observo que somos nosotros, los mismos mexicanos, los que perpetuamos el racismo.
Voces perdón, pero muy rancias en los medios, mostraron preocupación por lo que consideraban un “desaire” al rey de España, esta preocupación penetró en algunos sectores de la sociedad en los que realmente sorprendía el enojo. Cómo no se va a invitar el rey de España, qué oso.
Y yo no puedo evitar preguntarme: ¿por qué sí habríamos de quererlo aquí? Este rey de España, el actual, pertenece a una familia restituida en el trono por Franco –ese sí un dictador– y su historial de corrupción es escandaloso. ¿Realmente qué representa para los españoles, para los mexicanos, para el mundo un personaje así? Corrupto, obsoleto, en decaimiento. Ni los propios españoles –salvo los monárquicos, obvio– lo quieren.
Es así que durante estos días este sector de la sociedad mexicana mostró su más arraigado racismo: avergonzados del propio gobierno por exigir una disculpa histórica al invasor; un hecho que, además, no ha sido exclusivo de México. Inglaterra, Francia, Bélgica, el Vaticano han ofrecido disculpas a las naciones que invadieron y destruyeron, ojo con este dato: menos los españoles. España ha sido el único país que se ha negado a esta práctica conciliatoria que permeó en todo el mundo.
Otro hecho que hizo aflorar el racismo entre los mexicanos fueron las delegaciones que acudieron a la toma de protesta de Claudia. Se tachó de “chafa” el que acudieran representantes del Sur Global. Como si hubiera otros países que son “mejores”.
Pero, como decía, hay cosas que simplemente ya no se ven bien. Y el racismo es, definitivamente, una de ellas.
Los tiempos –nos guste o no– han cambiado. Y se nota en el contrapeso a las voces de las que he hablado. Porque lo cierto es que una gran mayoría estuvo de acuerdo en que un representante de un sistema político medieval –y que además faltó el respeto al gobierno que se fue– no es bienvenido en México. Ya no permearon –salvo en algunos cuantos despistados– las manipulaciones de los medios, que hablaron del “desaire”, del desastre diplomático de AMLO, de las mentiras que la propia Corona española propagó. Eso sí que es escandaloso.
Esta reflexión, como siempre, no trata de apoyar a un gobierno, a un partido o a una persona, sino de reconocer al otro, de reconocernos en el otro, reconocer la historia y reivindicar la lucha social por un mundo más justo e igualitario donde es obvio que una monarquía ya no cabe, así como tampoco la idea de que un país es mejor que otro o un color de piel es mejor que otro.
Pero esta es solo mi opinión personal y no es importante.
Imagen: Adobe Express