Llevo muchos años practicando yoga, pero ese yoga de gimnasio: tú cuerpo aquí, tu mente allá. No fue sino hasta hace aproximadamente un año que descubrí el yoga de verdad: tu cuerpo aquí, tu mente aquí.
Yo solía correr, pero me caí. Iba a correr un maratón en Vancouver y mientras entrenaba me caí y me lastimé el psoas, un músculo muy profundo que conecta el tronco y las piernas. La lesión fue tal, que ya no pude hacer ejercicios de alto impacto. Entonces retomé el yoga. Mi práctica budista inmediatamente llegó conmigo al tapete: sentí el aquí y el ahora, pude observar mi respiración, logré acallar mi mente como nunca. La práctica logró lo que ninguna terapia: aliviar el dolor del psoas.
Y un buen día llegó la oportunidad de compartir yoga en plaza pública. Y entonces me di cuenta que el yoga era un camino para mí en esta vida.
Una de mis maestras una vez me dijo que, si me costaba trabajo hacer la meditación Karuna, era porque yo misma no estaba conectada con mi compasión. No puedo, le dije yo; es porque no tienes ese sentimiento, me respondió. Quizá ella no lo sabía, o quizá sí, pero ese momento para mí fue definitorio, allí fue cuando realmente el budismo entró a mi vida: empecé a ver el dolor del mundo, porque la compasión no es otra cosa que el reconocimiento del dolor del otro. Ni modo, así nací una primera vez y así nací esa segunda.
Hace muchos años di clases de yoga, pero esta vez todo ha cambiado porque el budismo ya me hizo otra: el dolor del mundo es ahora mío también y, ¿no hemos de ayudarnos a sanar? Por eso cuando decidí certificarme, lo hice con Cautiv@, un proyecto que lleva el yoga a grupos vulnerables.
Mi maestro, Fredy, es un ex preso. En la cárcel conoció el yoga a través de Ann Moxey, fundadora de un proyecto que lleva el yoga a los penales. Fredy fue su alumno y ahora ya parece un gurú. Él continuamente dice que “a veces el maestro está más jodido que el alumno”. Y yo no puedo evitar preguntarme si lo está diciendo por mí.
Es que tengo que confesarles que mis peores vicios han resurgido y entonces me he dicho cosas como que soy una farsante y no puedo evitar preguntarme: quién soy yo para enseñar nada.
Yo, la de la contractura en el psoas, la de los dolores de otras vidas, la de los abismos insondables; yo, la de los vicios del cuerpo y también del alma –más dolorosos aún–; yo, que ya soy de las que tiene un diagnóstico psiquiátrico –¿o una etiqueta social?–. Yo en el yoga soy más alumna ahora.
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