La serie Shōgun fue un fenómeno porque obligó a los espectadores a concentrarnos: su guion no permitía hacer dos cosas a la vez.
En un post anterior reflexionaba sobre los efectos que las redes sociales han tenido en nuestra psique. A veces, cuando me detengo a pensar en esto me siento un poco paranoica, pero la realidad es que empieza a haber un montón de estudios al respecto que comprueban, desde lo social y lo político hasta lo médico, el impacto de las redes sociales en nuestras vidas.
Uno de esos impactos es la falta de concentración, la incapacidad de quedarnos quietos y observar y escuchar con atención una sola cosa a la vez. Ese famoso TDAH (trastorno de déficit de atención e hiperactividad) tan de moda, a mí me suena a que, en vez de medicar a los chiquillos, quizá valdría más la pena monitorear su tiempo en los dispositivos y las costumbres en casa… pero quién tiene tiempo de eso, mejor denles una pastilla.
En fin, nosotros, como adultos, también padecemos de falta de atención. Los videos de 1 minuto y los posts de pocos caracteres nos han enseñado a consumir mucha información en poco tiempo, no queremos prestar demasiada atención, tampoco queremos hacer demasiado esfuerzo en pensar. Es así que nos estamos convirtiendo en seres incapaces de profundizar, de reflexionar, de discernir.
Los consorcios mediáticos lo saben, las ganancias están en nuestro consumo desenfrenado de cosas y de información, por eso la experiencia de la multipantalla o pantalla dividida es ya una realidad: en tu dispositivo puedes hacer dos cosas a la vez, consumir dos cosas a la vez.
Sin embargo, Shōgun, una serie disponible en Disney+, parece haber tenido el efecto contrario.
La serie narra el naufragio de John Blackthorne, un pirata británico en Japón. Es el siglo XVII, Japón está sumido en una guerra intestina donde los grandes señores feudales se disputan el poder. Lo interesante para este post es que Blackthorne se ve obligado a andar acompañado de Mariko-Sama, una noble que le servirá de traductora. Es así que los espectadores nos vimos obligados a concentrarnos, a prestar atención: ¿qué dice uno u otro personaje en su idioma original? ¿Y cómo lo traduce Mariko? ¿Es una traducción literal o está haciendo una interpretación? Y todo ello, ¿qué efectos tiene en quien recibe la información? ¿Y qué respuesta da? ¿Y cómo lo traduce Mariko? ¿Se logró el mensaje? No había espacio para, de mientras, scrollear el TikTok o ver las ofertas en Amazon.
El fenómeno no pasó desapercibido y se comentó al respecto en algunos foros.
Y a mí no me queda más que agradecer que existan escritores, directores y productoras que todavía se preocupan por las capacidades mentales de la gente, ¡podemos con eso y más! Entonces, ¿por qué quieren idiotizarnos? En un episodio de mi podcast, Pupila Dilatada, analizamos las necesidades políticas de hacerlo.
Sí, sentarnos a meditar puede ser la panacea para los tiempos que atravesamos, pero una novela larga, un poema y una serie como Shōgun también nos otorgan la capacidad de detenernos a observar, prestar atención, disfrutar, saborear y concentrarnos. Cada vez estoy más convencida de que esto es lo que nos va a rescatar de la idiotización.
Pero esta es solo mi opinión personal y no es importante.
Imagen: Adobe Express