Ayer un grupo de manifestantes irrumpió violentamente en el Senado mientras se votaba la reforma al Poder Judicial.
Hay quienes condenan el hecho, pero igualmente hay muchos que celebran la irrupción violenta que acaeció ayer en el Senado. No he tenido oportunidad de intercambiar demasiadas impresiones, pero sí que me asomé a las redes y en X, como buen bastión de las derechas, había muchas expresiones de apoyo. Una frase que se repetía mucho era “El pueblo de México ha tomado el Senado”, y vaya que sí era gente del pueblo la que irrumpió en el recinto, porque por allí no vi a esos jueces, ministros o magistrados que ganan cientos de miles de pesos al mes y ostentan opulencia en su vestir; lo que vimos, efectivamente, fue gente de a pie, si bien servidores públicos, seguro que de los de abajo. Más adelante, conforme se empezaron a poner nombres a las caras, supimos que también hubo algunos juniors.
También leí que empezaban a decir que las personas de seguridad dentro del senado habían violentado a los manifestantes echándoles espuma de extinguidores, cuando lo que vimos –quienes lo vimos en vivo– fue que fueron los manifestantes los que rompieron a golpes la puerta del pleno y por allí empezaron a echar de la espuma esa hasta que, finalmente, lograron tomar el recinto.
Más adelante, cuando los senadores se movieron a Xicoténcatl para continuar haciendo su trabajo, un cerco de policías antimotín rodeó el lugar, entonces la expresión que empezó a circular en X fue de que el actual gobierno es un fascista y represor.
Por esto, precisamente, es importante conocer la historia. Cuántos de ustedes no llegaron a escuchar –o dijeron– que ciencias como la Historia no sirven de nada. Bueno, atravesamos un momento social y político en que es fundamental. Hay que saber qué es el fascismo, cómo surge, entre qué sector de la sociedad y para qué, cómo ha actuado a lo largo de la historia y quiénes lo han promovido. Y si no hay tiempo de ir demasiado lejos o hacer una investigación demasiado exhaustiva, recordemos lo que a nosotros mismos nos ha tocado vivir.
¿Se acuerdan cómo reprimían Fox o Peña Nieto a los manifestantes en contra de sus proyectos y reformas? ¿Se acuerdan de Atenco y los muertos y las mujeres violadas? ¿Se acuerdan de los maestros asesinados en Nochixtlán? Eso es lo que hace un gobierno represor. Andrés Manuel puede caernos bien o mal, lo cierto es que ayer –y durante todo su sexenio– la gente se ha manifestado con absoluta libertad. Aquellas masacres en manos del Ejército han quedado atrás.
La violencia que vimos ayer no vino del Estado. Fue Norma Piña quien habló de la “demolición” del Poder Judicial, una minucia semántica, pero irresponsable, porque hace falta muy poco para incendiar los ánimos de las personas a las que ya se les ha inoculado el miedo y el odio; fue una senadora del PAN la que habló de linchar a los senadores que votaran a favor de la reforma. La consecuencia de esos discursos incendiarios es lo que vimos ayer: personas violentado el Senado, rompiendo cosas, agrediendo a las fuerzas de seguridad, poniendo en peligro vidas. Y, pese a todo, no pasó nada.
Ante la irrupción violenta e ilegal en contra de un evento democrático, ante un poder de la nación amedrentando a otro poder, impidiéndole trabajar, muchos quisieran que sí pasara algo, que sí hubiese consecuencias. En ese sentido, López Obrador es demasiado permisivo, lo cierto es que cualquier acción en contra de los manifestantes puede ser un detonante para que entonces sí se hable de represión, de persecución política, de censura. Quizá los tiempos políticos exigen que, efectivamente, no se haga nada; pero vamos, ¿dónde queda el estado de derecho? Ese que los violentadores están, según, defendiendo.
En fin, la reforma, finalmente, se aprobó. Las expresiones en redes ahora hablan de dictadura (otra vez, hay que revisar la historia) y de que el México independiente ha muerto. Habrá que ver qué pasa. Las proyecciones de la derecha mexicana han estado, todas, equivocadas, quizá eso también nos dé un indicio sobre si seguirles creyendo o mejor observar de cerca a nuestras autoridades y trabajar en conjunto por un país más justo. Y como siempre digo, si no sabemos qué hacer o no queremos involucrarnos, entonces, por lo menos, no repliquemos las mentiras, la desinformación y mucho menos los discursos de odio.
Personalmente, me da mucha tristeza el odio en los manifestantes. Hubo un chavo que se viralizó y al que empezaron a llamar “héroe” por la forma en que entra al Senado, con la voz distorsionada, gritando cosas que yo no entendí, pero me conmovió mucho verle atenazado de odio, un odio que se ha sabido colar a la psique de cierto sector de la sociedad alimentado por las mentiras de los medios corporativos, incluidas las redes sociales. Debajo del odio, me dijo alguna vez Dayachandra, mi primera maestra budista, siempre está el miedo. Y sí, ya sabemos todos que el proyecto mediático de las derechas es crear miedo para así desestabilizar a las sociedades. Esto ha sido así históricamente y es un fenómeno global. No tiene nada que ver con si nos cae bien o mal Andrés Manuel.
Así que casi estoy segura de que lo que veremos a partir de ahora es que las derechas intentarán ensuciar la conversación, porque su bastión, como nos muestra la historia, es el miedo y el discurso de odio: se hablará de artimañas, de sobrerrepresentación, de represión, de traiciones, de extorsiones, de que no se escuchó al pueblo, de un “haiga sido como haiga sido”, se los apuesto.
En fin, esto es solo mi opinión personal y no es importante.
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