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Ya me sabía escritora…

Tenía unos 14 años cuando entre las calles de la colonia en donde vivía encontré una casa en construcción. Me llamó la atención porque era una especie de castillo –obviamente me llamó la atención–. Tenía dimensiones de una casa normal, como las de la colonia, pero el diseño era alto y con torres que terminaban en punta. La construcción estaba en una calle que sólo tenía casas en una acera; del otro lado, había un terreno baldío. Así que muy fácilmente mi mente se hizo la historia de un castillo en un bosque. Obviamente.

Recuerdo que era verano, porque todas las tardes llovía. Así que rápidamente la mente colocó el bosque en Fointaineblau, Francia; sonaba a nublado y yo empezaba a navegar en internet, así que me fascinaba con lugares lejos de casa. 

Ya traía en mi mente puberta la historia de la Marquesa de Brinvilliers, una envenenadora en la corte de Luis XIV. Lo que pasa es que, como ya dije, empezaba el internet y recuerdo que una de las primeras cosas que busqué fue “Magdalenas” famosas, y no me interesé demasiado por la discípula de Jesús, ni por Frida Kahlo, pero sí que atrapó mi atención Magdalena d’Aubray, la ya mencionada envenenadora. Obviamente. 

Así que aquel verano salía todas las tardes y caminaba hasta dicho “castillo”, quién sabe qué pretexto ponía en casa, pero lograba escabullirme sola, y las largas caminatas y el sentarme en silencio en el “bosque” me permitieron crear una historia en mi cabeza que empecé a escribir en las noches.

Todo se conectaba. Estaba estrenando cuarto sola: durante mucho tiempo exigí a mis papás que me dieran, ahora sí que, mi “habitación propia”; y lo que hicieron fue acondicionar una cama en donde estaba el escritorio con la computadora. Me apropié del internet durante el día y, por las noches, empecé a escribir esa historia que involucraba un castillo abandonado en el bosque de Fointaneblau con la Brinvilliers como eje de una familia que… no les voy a contar el resto, pues aunque terminé la novela y, de hecho, la imprimí y la engargolé, es una historia que aún quiero contar.

Quizá porque me veían tan ensimismada, tan abstraída, y me creyeron sola, mis papás me obligaron a salir con los amigos de mi hermana mayor, y allí apareció la primera botella de vodka en mi vida como la única posibilidad de convivir en esta realidad en la que yo no quería estar.

Image by Comfreak from Pixabay

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