Que 1984, de George Orwell, es como profético, muchos lo sabemos. Pero no deja de sorprender volver a sus páginas y encontrar situaciones por las que estamos atravesando hoy en día. Aun cuando el autor vivió en la primera mitad del siglo XX.
Particularmente, me llaman la atención los fenómenos que describe como “doblepiensa” y “crimental”. Para empezar, son palabras creadas en “nuevalengua”, un nuevo idioma que busca recrear la realidad y, básicamente, manipular a la sociedad para que olvide el pasado y deje de pensar.
Orwell propone una tecnología a la que llama “telepantalla”, una televisión de doble vista, puedes ver y te ven, es una manera de control desde el poder: no puedes hacer ni decir nada, porque estás constantemente vigilado. No puedes, siquiera, pensar o sentir de manera contraria al poder porque un gesto o un movimiento del cuerpo puede delatar tu incomodidad o tu disidencia.
Thomas Pynchon prologa la edición que tengo en 2003, un poco ingenuamente compara la telepantalla con las televisiones de plasma, como si en la forma innovadora estuviera la profecía de Orwell. Para este entonces, el escritor estadounidense no podía saber en lo que se convertirían las redes sociales, la verdadera tecnología que nos permite ver y ser vistos y, a través de la cual, el poder nos manipula.
No es nuevo que las redes sociales están sirviendo como control social. El supuesto entretenimiento es una siniestra forma del “doblepiensa”, porque a través de lo que consumimos como ocio nos están orillando a pensar igual o, de plano, a no pensar.
Se trata de vernos iguales, manipulándonos para que compremos la misma ropa o los mismos dientes; se trata de que queramos ir a los mismos lugares, los mismos restaurantes, los mismos sitios turísticos, incluso exactamente las mismas calles, el mismo edificio, la misma obra de arte; se trata de que consumamos la misma comida, y luego nos enfermemos de lo mismo, y luego consumamos los mismos medicamentos; y si esto ya es lo suficientemente peligroso, pensemos en las famosas elecciones de Estados Unidos en donde Trump resultó triunfador, sobran estudios del papel que jugaron las redes sociales para confundir a la sociedad y llevar al poder a este tipo de personaje y todo lo que representa. Pero Trump es demasiado obvio. ¿Qué pasa cuando nos hacen creer que Biden es una mejor opción?
Cuando Cristina Kirchner sufrió el atentado contra su vida, quise investigar qué había pasado. ¡Fue imposible! Por un lado, algunos medios sostuvieron que fue un montaje y explicaban, con voces de expertos, por qué; por otro lado, hubo quienes dieron seguimiento al caso del que, todavía, no sabemos demasiado: la policía, por error, formateó el celular del primer detenido, después se detuvo a otras personas, hubo quienes decían que eran un grupo de locos, hubo quienes sostuvieron que alguien les debió haber pagado. El punto es que como sociedad nunca vamos a saber la verdad. No sabemos.
Y, otra vez, lo verdaderamente peligroso es que tomemos partido por una u otra postura y que nosotros mismos, a través de nuestras cuentas supuestamente inofensivas, en un tweet o en una story, alimentemos una versión o la otra, ensuciando la conversación social y peor, reduciendo las posibilidades de nuestra propia visión.
No podía saber Orwell en lo que se convertirían las redes sociales y los famosos algoritmos y, sin embargo, ya anticipaba que se nos estudiaría cada gesto, cada preferencia, para manipular nuestras decisiones y socavar nuestra conciencia.
Particularmente no soy la más fan de las redes sociales, de vez en cuando me aparezco por aquí porque las reconozco como una herramienta necesaria para poder llegar a los lectores y dialogar con ustedes. Lo único que se me ocurre es usar la herramienta de la mejor manera posible y también lo menos posible.
Pero esta es sólo mi opinión personal…
Imagen de Mike Renpening en Pixabay
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