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De la independencia femenina y las canciones medievales

Mi amiga Fabi Muñiz me invitó a su podcast a platicar sobre la independencia de las mujeres. Compartimos nuestras experiencias personales y terminamos hablando de feminismos. 

Días más tarde, cuando publicó el episodio, revisé los comentarios para ver cómo había recibido la gente nuestras reflexiones, y uno en particular llamó mi atención: una chica comentó que le hubiera gustado más el episodio si hubiéramos continuado hablando de independencia sin entrar en feminismos. Sin embargo, desde mi punto de vista, es imposible hablar de uno sin el otro. Lo mucho o poco que gozamos hoy en día de independencia –económica, intelectual, espiritual– la debemos, sí o sí, a las luchas feministas.

Las mujeres hemos recorrido caminos escabrosos para llegar a donde estamos. No hace falta asumirse feminista para darse cuenta de las injusticias sociales que, como género, hemos padecido. Creo que todas, sin excepción, las hemos vivido en carne propia.

La palabra “feminismo” no existió sino hasta el siglo XIX y, sin embargo, desde la Edad Media las mujeres ya dejaron testimonio de la injusticia social bajo la que vivían. Aunque la literatura que conocemos de la época es en su mayoría escrita por hombres, sí que hay voces poéticas que es claro que pertenecieron a mujeres. 

En las canciones medievales escritas por mujeres hay un común denominador: la queja por encontrarse en una situación en donde la mujer no decidió por sí misma, ya sea en un matrimonio forzoso, o bien, en el confinamiento del convento. Recordemos que es una época en que la mujer no tenía más opciones: o te casabas o te metías de monja, y esa decisión, muy generalmente, la tomaba el padre o el hombre a cargo, el hermano o hasta un tío. 

Les dejo unos ejemplos de canciones escritas entre los siglos XII y XIV que, si no fuera porque retratan una cruel realidad, suenan hasta chistosas:

De ser mal casada

no lo niego yo:

cativo se vea

que me cativó.

[…]

Desde niña me casaron

por amores que no amé:

mal casadita me llamaré.

[…]

Dicen que me case yo;

no quiero marido, no.

Más quiero vivir segura

nesta tierra a mi soltura,

que no estar en ventura

si casaré bien o no.

[…]

¿Para que quiero casarme

si el marido ha de mandarme?

[…]

Por su parte, las mujeres que padecen el convento, se expresaron más o menos así:

Agora que soy niña

quiero alegría,

que no se sirve Dios

de mi monjía.

Agora que soy niña,

niña en cabello,

¿me queréis meter monja

en el monasterio?

¡Que no se sirve Dios de mi monjía!

O encontré esta otra, donde la voz poética –y muy seguramente la autora– preferiría el matrimonio al convento:

Cuando chiquitica

yo entré en un convento,

de tanta alegría

yo me quedé dentro.

Pero la alegría

pronto se acabó:

casadita, sí; pero monja, no.

La literatura escrita por mujeres está atravesada de feminismo, y no necesariamente como una postura política, es simplemente el testimonio de lo que vivimos y a lo que, desde siempre, nos hemos rebelado en búsqueda de nuestra libertad.

La independencia de las mujeres, platicaba con Fabi, estriba en decidir por una misma. No tiene qué ver con ser independiente económicamente y vivir sola; si eres mujer y has decidido casarte, tener hijos y quedarte en casa a cuidarles, eres igual de independiente que la que decidió no tener hijos y salir a trabajar. La clave está en haber decidido por ti misma. 

Pasar del matrimonio y el convento como únicas opciones de vida, a la capacidad de decisión que muchas mujeres gozamos hoy en día, no hubiera sido posible sin las luchas feministas. 

De manera que la independencia de las mujeres no se puede entender sin los feminismos.

Pero esta es sólo mi opinión personal…

Imagen de Khusen Rustamov en Pixabay

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