Así como tengo altares para recordarme ciertas cosas todos los días, también hago rituales que me permitan recordar otras.
El Saludo al Sol –Surya Namaskar– es mi vinyasa favorita, quizá por eso. Me recuerda la luz, el calor, la vida. Es una especia de postración ante el astro que enseña que a la noche sigue un amanecer; que así como hay oscuridad, hay luz y viceversa. Ciclo sabio e infinito.
Por eso el culto al sol es común a muchas culturas. ¡Cuántos poetas no le han dedicado versos!
Para abismos muy profundos, hay quienes necesitamos soles así de grandes.
El yoga es una disciplina energética, por eso el Saludo al Sol no sólo fortalece el cuerpo, también mueve nuestra energía en resonancia con la del sol, cultivando nuestra propia luz, nuestro propio calor.
Cuando empecé a estudiar budismo, mi maestra me dijo que la muerte espiritual no es, precisamente, metafórica. No la entendí hasta que me empecé a morir.
Despertar la conciencia, como he contado en otros posts, es abrir los ojos. Y así como los abrimos a la iluminación, inevitablemente los abrimos a la oscuridad.
Cuando empecé a meditar nunca me imaginé todo lo que significaba. Ha sido hermoso, pero también hubo un periodo muy específico en que empecé a sentir miedo. Cuando le conté a mi maestra, me dijo: no todo lo que vemos nos gusta.
¡Ouch! ¡Me dolió! Y me cambió para siempre. Concientizar eso que da miedo llega a ser muy oscuro, porque son dolores olvidados, miedos muy viejos, a veces de otras vidas; secretos que ocultamos de nosotros mismos. Y el ego.
Por eso la conciencia es luminosa y expansiva, pero también puede ser muy oscura y constreñir.
Pero, finalmente, si realmente nos comprometemos a transformarnos, hay que dejar morir a ese viejo yo. Y al ego, eventualmente, si se puede.
Y esas muertes sí que se sienten.
El cuerpo se enferma y se enfría.
Ese periodo me fui a la playa –me llevaron, debo decir–. Tenía la náusea. Pero me desapartaba, casi obligada, todas las mañanas y saludaba al sol. Eventualmente el prana volvió a mi cuerpo.
Por eso hoy, empiezo cada rutina con saludos al sol –aunque sea un par–. Se lo debo a quien compartió conmigo su calor y su energía luminosa. Siempre luminosa.
Volveré a morir. Y volveré a renacer. ¿Algún día me acostumbraré?
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