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¿Para qué poner altares?

“Qué curioso”, me digo durante el apagón, “dos altares iluminan mi casa”. 

La práctica budista es una práctica diaria. El Dharma, me explicó una de mis maestras, es la propia acción de andar uno mismo el camino, y es que nadie va a mostrarnos nada, salvo nosotros mismos.

–El Buda decía: ven y prueba –recuerdo sus exactas palabras–. Si es cierto que las herramientas que enseñó el Buda funcionan para acabar con el sufrimiento, entonces me comprometo a usarlas todos los días. Y para eso es el altar… –explicó cuando llegó el momento de las postraciones. 

Nunca lo dudé, pues fue contundente: el altar es hacia uno mismo, nos recuerda nuestra propia budeidad. Esa capacidad que todos tenemos de ser un Buda

–Pero además ser un Buda es también aquí, en esta tierra, con acciones diarias. 

El altar nos recuerda actuar como un Buda todos los días.

El Dharma. 

Y hay una metáfora hermosa en el altar: la luz. Sí, es la iluminación, pero también es el recuerdo de moverse siempre hacia la luz. 

–Siempre tienes la opción de ir hacia la luz –me dijo otro maestro cuando meditábamos y yo sólo sabía moverme en abismos.

Y para eso es el altar: es el recuerdo diario del compromiso, y es el constante recordatorio de que también puedo ir hacia la luz.

Todos los días prendo velas, quemo incienso, me postro cuando es necesario. 

Hay que elevar el alma porque es su facultad. La voluntad del alma.

¿Quién no le hace un altar a su propia divinidad? 

Foto: Gloria Soto Ángeles

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