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De metta bhavana a las redes sociales

Hay tres venenos de la mente, según me dijo mi maestra Dayachandra: odio, ira e ignorancia. Por eso cultivar metta (amor universal) es nuestro trabajo diario, el más cotidiano: hacia uno mismo y hacia el otre (a mí sí me gusta el lenguaje inclusivo, ¿a ustedes?).

Ya les he contado que mi personalidad alterna es maestra de yoga, ¿no? (Bueno… no me siento para nada maestra. Para nada. Cuando practico con mi maestro, aún a distancia, me doy cuenta del largo camino que hay recorrer. Todo el tiempo soy alumna). Y aún a pesar de la reflexión entre paréntesis, me atrevo a compartir yoga. Me gusta mucho, pero más allá de eso, todo el tiempo hay un aprendizaje. Todo el tiempo. 

Esta semana estuve trabajando con mi pequeña sangha digital apertura de pecho, permitir la entrada de aire a ese pecho cerrado, ansioso; apertura de corazón, apertura al amor. ¿Y saben a quién se le movió todo? A mí. Sí, eso es lo bonito del yoga: nos permite estar en continua enseñanzaaprendizaje.

En fin, el punto es que al estar en contacto con metta los últimos días, he observado algo. Y duele. Hay mucho odio en las redes sociales. Y ya no hablo de las conversaciones que surgen entre desconocidos y donde también interactúan bots. Me refiero a las conversaciones personales: lo que nos decimos en los chats, lo que posteamos cuando sabemos que la gente que nos está leyendo es esa misma a la que nos referimos. Yo también he cometido esa torpeza. Por eso digo que metta es un trabajo diario, de todas horas. Desde fijarme qué estoy comiendo, qué le estoy metiendo a mi cuerpo, cómo me trato; hasta qué digo, cómo respondo, desde qué estado mental actúo. Suena fuerte. Pero es así. Recuerdo que Dayachandra reflexionaba que debajo del odio, siempre hay miedo. “Todos queremos ser felices”, decía. Y sí. 

Desde dónde, desde qué emoción, desde qué estado mental estoy actuando, posteando lo que posteo, comentando lo que comento. Es duro auto-observarse, pero siempre podemos transformarnos. Yo y mis utopías… Lo bonito es que en el tapete de yoga siempre se logra.    

Gracias por leer hasta aquí. Namasté –me inclino ante ti–.

PD. Otro día les cuento por qué la palabra namasté es bien bonita…

Imagen de mohamed Hassan en Pixabay

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