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El sendero budista

Hace algunos años el budismo llegó a mi vida como un torbellino. Todo lo revolvió y entonces desperté. Con dolor eso sí, así son los despertares, son renacimientos espirituales. Y nacer duele cada vez. 

Por eso los senderos espirituales son considerados caminos sin retorno: despertar y no volver a dormirse. Ver y ya no mirar atrás.

Un día yo empecé a andar el sendero budista y ni modo, ya no he vuelto a ser la de antes. Y esta que soy hoy, seguramente no será mañana.

El despertar de la conciencia no es otra cosa que abrir los ojos a la realidad tal y como es. Más que aprender, se trata de desaprender. Reprogramar. Transformarnos.

La meditación es el canal para despertar en el sentido de que acallar la mente nos permite observarnos. Sí es la panacea. Y todos podemos meditar. 

Meditar no se trata de “poner la mente en blanco”, pero sí de ponerla en orden y de ser sinceros con nosotros mismos: ¿qué siento? ¿dolor? ¿ira? ¿frustración? ¿tristeza? ¿vergüenza? ¿felicidad? ¿gozo? ¿A quién no he perdonado? Preguntas que empiezan a moverlo con todo.

Nacer, renacer, despertar no es fácil porque el enemigo más acérrimo es el del autoconocimiento. Pero allí está el camino hacia la sanación. Y yo creo firmemente que la sanación individual implica la sanación colectiva. Y yo siento profundamente que el mundo necesita sanar. 

Todo lo que socialmente está sucediendo en la actualidad es síntoma de un despertar de conciencia colectivo que hemos de aprovechar como individuos. Esa es la paradoja de este momento energético poderosísimo, revolucionario.

Ojalá despertemos, humanidad.

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