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Recuerdos de la “vieja normalidad”…

Recuerdo que para asistir a mi certificación de yoga, tenía que treparme al metro y trasladarme, unas veces a Azcapotzalco, otras a Coyoacán. Era estar todo el día, durante tres días seguidos, en un estudio donde compartía con mi maestro y mis compañeros, cuerpo contra cuerpo, sudor de todos, lágrimas de los más valientes. Nos cargábamos, nos empujábamos, nos aplastábamos unos contra otros sin miedo a nada, por el contrario, nos sosteníamos. El regreso a casa siempre era agotador. Tenía que subirme otra vez al metro, pero con las piernas ya cansadas, siempre me temblaban. 

Recuerdo que me inscribí a un diplomado en San Ildefonso sobre escritoras hispanoamericanas del s. XVI al XIX. Lo impartió Carmen Boullosa. Para llegar, me subía al metrobús y luego al metro, me bajaba en el Zócalo y caminaba sobre el Templo Mayor hasta llegar al salón de clases, frío, oscuro, colonial. Compartía mesa con otros 15 alumnos o algo así. Disfrutaba mucho el café que allí ofrecían, me gustaba sobre todo la experiencia de tomarlo mientras aprendía de Carmen su fascinación por la vida transgresora de las autoras que estudiábamos. Por cierto que allí conocí a Nora de la Cruz y a Mercedes Alvarado, escritora y poeta respectivamente.

Recuerdo que cuando me aburría de estar encerrada en mi depa escribiendo, iba a un Starbucks que generalmente estaba llenísimo, ya no importaba la hora. Antes, más antes, este tipo de lugares se llenaban por la mañana o a la hora de la comida, pero después ocurrió que entre 11 am y mediodía ya era imposible encontrar una mesita adentro o afuera. La rutina era saber de antemano que no habría lugar y entonces me encaminaba al Four Seasons. Se podía entrar como si nada. Me gustaba sentarme en la mesota del lobby si era día lluvioso, pero si el clima estaba bueno, elegía el jardín. Por cierto que fue precisamente allí, donde escribí cierto pasaje de Mäywen, una violación. No haré más spoilers.

Y los conciertos ya mejor ni mencionarlos…

Imagen de Free-Photos en Pixabay

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