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La mente sin editar

Siempre quise hacer esto. Salir al bosque en medio de la ciudad. Sentarme. Dejar de escucharte, humanidad; para en cambio, por piedad, escuchar la voz de los dioses. Pero nunca se me dio. En la ciudad hasta el bosque es caos: puestos de comida, agua pirata, fritangas; filas de decenas para navegar el lago casi muerto. Pero una aprende a disfrutar entre los árboles. Porque a pesar de todo, ellos son aquí y ahora. 

Esta vez, sin embargo, me aventuré en medio de la peste que ha detenido al mundo. Por primera vez en mucho tiempo salí y caminé entre calles desoladas hasta llegar al bosque. Callado por primera vez. Vacío. Como siempre había querido, me senté bajo un árbol, el que fuera, todos eran míos. Y el sol de la primavera, siempre indulgente. Siempre. Y el aroma… ¡el aroma! A flores. ¿Cuáles? No sé. Yo crecí en el concreto. Ese aroma, entonces, no sé de qué flor sea. ¿Es el aroma de las jacarandas? No hay perfume que hayas hecho, humanidad, que se le iguale. ¿Cuándo había olido así la ciudad? ¡Jamás! A fe mía.

Todo es silencio. Todo es silencio. 

Esto no se podría hacer cualquier otro domingo, cuando todo es ruido, todo es bullicio, todo es estupidez…

Esto fue un 19 de abril, 2020

Foto: Magdalena Pérez Selvas

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Publicado enBlog

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