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Del yoga y la escritura

Hace algunos años leí este texto de la escritora mexicana Julia Santibáñez en donde hablaba sobre su práctica de yoga y hacía algunas similitudes con la escritura. Me gustó mucho porque en todo tenía razón, así que no repetiré esas curiosas coincidencias y más bien hablaré de algo que el yoga y la escritura no comparten PARA NADA: el culto al ego. 

No puedo entrar en demasiados detalles, pero sí les puedo contar de primera mano que el trabajo alrededor de las letras genera mucho, mucho ego. Y ahora entiendo que no importa quién seas o qué hayas hecho, el ego inflado se da igual en el escritor galardonado que en el que es pura labia; y lo mismo le pasa al escritor, que a su editor o al promotor. Creo que se le pudiera describir como “esnobismo” a ese connotado ambiente de las letras y las academias. ¿Cómo lo aguanto? Quizá porque hago yoga… Aunque les confieso que tampoco frecuento demasiado esos eventos. Sólo lo mínimo necesario.

No me malinterpreten, no me las estoy dando de santa. Yo misma tengo un ego infladísimo: yo opino, yo creo, yo quiero, yo, yo, yo… Pero afortunadamente, un buen día, llegó a mi vida el yoga. A veces pienso que fue algo cósmicamente planeado, para balancearme. 

Por ejemplo, durante la presentación de un libro, la mente se puede confundir si por espacio de una hora estás hablando de ti mismx, te toman fotos, sales en alguna nota de prensa, lxs lectores te dicen cosas bonitas y ¡cuidado!: una se lo puede creer todo, todito. Les confieso que, lo primero que hago después de este tipo de situaciones, es acudir a mi tapete de yoga y acallar todos esos pensamientos que me estén haciendo creer que soy más de lo que preciso. 

No me malentiendan, tener la oportunidad de presentar mi trabajo y convivir con lxs lectores son logros que vale la pena disfrutar y atesorar, pero hay que cuidarse de no marearse demasiado.

Así que mucho, muchísimo tiempo no compartía demasiado públicamente sobre mi práctica de yoga, me gustaba mantenerla privada como parte de la práctica misma puesto que, si bien es cierto que en Occidente el yoga se ha malinterpretado (ya saben, hay que vestirse cool, pararse de cabeza, tomarse fotos y, obvio, subirlas a las redes), he tenido la fortuna de aprender de maestros y maestras que el yoga es hacia adentro. Y en silencio. Y sí, para mantener al ego a raya. No hay de otra. Si no, no es yoga.

Pero la realidad es que el yoga salva vidas –y la escritura también–. Contrario a lo que se piensa en Occidente, el yoga no son las posturas nada más, es todo un sistema espiritual (y científico, la ciencia cuántica está comprobando hoy en día lo que los yoguis sabían hace 7 mil años) en donde las posturas son solo una parte, antes está la respiración, después el silencio de la meditación y por encima de todo la compasión y el servicio a los demás. Es por todo eso que el yoga funciona. Y es precisamente por eso que últimamente me he decidido a compartir sobre esto un poquito más.  

Ahora ya saben que comparto una práctica todos los martes y jueves de 7 a 8 pm –por si quieren unirse, hoy iniciamos–. De mis certificaciones y diplomados les platico otro día… o mejor no, porque sólo alimentan el ego. Regocijémonos en acompañarnos, sanar y crecer juntxs.

Todo lo anterior, sin embargo, es sólo mi opinión personal y no es importante.

PD. Por cierto, para compartirles el link del artículo de Julia, me encontré con que la semana pasada, volvió a escribir sobre el yoga y la escritura.

Foto: Adobe Express

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Publicado enBlog