Que tengo una mente perturbada, ya no es secreto para nadie de mis cercanos, ni de mis lejanos, porque lo publico constantemente en red social, a veces como burla de mí misma, a veces como confesión, como descarga, a veces como de pues ya qué, es lo que hay…
No por otra cosa el yoga, necesito encontrar momentos del día en que pueda aligerar el cuerpo, acallar la mente, quitarles toda la carga.
Ahora que estoy por publicar un nuevo libro, me doy cuenta del profundo estrés que me provoca, ¿por qué? Lo mismo me sucedió con Mäywen, hace dos años; acudía menos al tapete de yoga, así que el resultado ya lo he contado en otras ocasiones: acabé en Urgencias por los altos niveles de estrés que traía. Recuerdo que llegué al hospital como a las 8:30 am así, en crisis total, me inyectaron algo para dormir y sí, dormí bien sabroso como hasta las 2 de la tarde que me despertaron y me mandaron de regreso a mi casa.
No me siento como aquella vez. Lo cierto es que noto en mis hombros la carga, en mis brazos la electricidad, todo mi cuello y cervicales apretados. He padecido insomnio y las imágenes en mi mente sí, son todo el nuevo libro, las revisiones, mis expectativas, mi autoexigencia, cuándo presentarlo, cómo, qué postear, cuánto contenido, a quién pedirle ayuda… Y el dinero, una las grandes preocupaciones de esta realidad: ojalá quieran comprar el libro, para seguir escribiendo, seguir comiendo, vistiendo, seguir viviendo. Y la gran duda: ¿los lectores disfrutarán el libro? Y, ¿les resonará?
Estos días he llegado al tapete de yoga, más que a hacer asanas, a estirarme y a respirar largo y profundo. Y cada día necesito lo mismo: estirar hombros, omoplatos, cervicales.
Me pregunto si conforme pasa el tiempo una se acostumbra. Es decir, ¿publicar se vuelve más llevadero conforme pasan los años, salen los libros y llega la experiencia?
Publicar, queridos lectores, genera mucho estrés. O por lo menos esa es mi experiencia personal.
Ay… –inserte suspiro profundo–.
Imagen de StockSnap en Pixabay
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