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¿Cómo se siente la ansiedad?

El nombre que la medicina occidental le da a esto que padezco es: neurosis ansiosa. No me gusta identificarme con él porque me parece como una condena, como un decreto. Pero igual lo expreso así porque es el código que compartimos y con el que nos podemos entender.

Precisamente por esta “neurosis ansiosa” es que llegué al budismo y luego, al yoga. Primero, buscando acallar esta mente de más de una voz, voces hablantinas todo el tiempo. Después, buscando aligerar el cuerpo. Porque claro que con el silencio llegó la conciencia, y con ésta la dura verdad de un cuerpo agotado por el mucho estrés al que lo someto. Cuando un doctor me explicó aquello de que los golpes de adrenalina son normales pues nos preparan para una situación de huida, me dijo: el cuerpo humano puede soportar hasta 3 horas de altos niveles de estrés, pero tú vives así. Ouch… 

Después de una serie de situaciones, malviajes, muertes y despertares, llegó el yoga a mi vida y con él esa respiración larga y profunda tan anhelada, el aire llenando el cuerpo todo, el latido calmo de mi corazón, los estiramientos que me permiten soltar y la conciencia de un cuerpo vivo, fuerte; más fuerte que mi mente. 

Pero también es cierto que hay hábitos difíciles de transformar. Así que ha habido periodos de mi vida en que empiezo a desconectarme de mi cuerpo y a estar sólo en mi mente. “Despersonalización” es el otro diagnóstico, como que me salgo de mí misma, como que ya no soy yo y el punto más álgido –por lo menos esta ha sido mi experiencia– es pensar en la muerte: algo así como 1000 maneras de morir. 

La última vez que esto sucedió pasé de sentirme muy agobiada por la vida cotidiana –trabajo, pareja, economía, lo normal–, a sentir espalda, hombros y cuello súper cargados, llegaron los dolores intensos de cabeza, empecé a sentir que se me paralizaba la cara, que si me está dando un derrame cerebral, que si cómo se habrá sentido Cerati antes de lo sucedido, que si le digo al novio que me lleve al hospital… Y que me desmayo. Yo creo que mi cuerpo –mi cuerpo sabio, mi cuerpo fuerte– dijo: ¡Ya estuvo! Y se apagó. Mejor eso a seguir pensando. Claro, después vino el ataque de pánico por lo sucedido y, de no ser por el yoga, seguro hubiera tenido días difíciles. Pero la poderosa herramienta yóguica me ayudó a respirar, calmar las taquicardias y volver al cuerpo. La crisis pasó en una tarde. Qué gran mantra ese de: vuelve al cuerpo. Vuelve al cuerpo. Se los comparto por si ocupan…

No me gusta pensar que quienes hemos padecido de estas cosas es un para siempre. Yo creo que todos podemos sanar. Para mí los intervalos entre este tipo de crisis cada vez son mayores. Y todo gracias al yoga. Y también, debo decir, gracias a la alimentación. Precisamente porque el cuerpo está mucho más fuerte –máquina portentosa, le decía sor Juana– para aguantar los embates de la mente. Ay, pero a mí me encanta la mente… 

¿Vendrá otra crisis? Todo depende de si repito los mismos hábitos o adquiero la disciplina necesaria para transformarme. Pero ese también es el camino del yoga: disciplina, paciencia y mucho amor propio.

Pero como siempre digo, esa es sólo mi experiencia personal.

Image by Sergey Katyshkin from Pixabay

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