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Me gusta estirar la mente

Me gusta estirar la mente. Salirme de esta realidad. Acceder a otros estados de conciencia.

Me gusta escuchar música. Ver luces en las notas.

Me gusta leer a mis autores favoritos. Esa experiencia de agarrar el libro, hojearlo, donde sea que caiga y leer y comprobar que hay quienes despertaron. La palabra es la Belleza –eso fue lo que hizo Platón con el Amor, por cierto: lo puso en palabras–.  

Me gusta escribir. Pero eso de sentarme a escribir, es porque de plano ya llegaron las musas. Yo no sé cómo le hacen las escritoras que son muy prolíficas. A mí se me pasan los meses y la hoja en blanco y así.

También me gusta ver series que ya vi, que me gustaron, y que quiero volver a ver para clavarme en algunos detalles, a veces visuales, a veces de la propia historia.

Me gusta sentir cosas. También soy una ñoña. 

Que no se me diga que estar en la mente es tóxico. Lo que pasa es que tiene su polo ese, el oscuro, del que luego una no pude salir.

Por eso, sí es cierto que a la mente también hay que nutrirla.

¿Con qué la estás nutriendo ahora?, me preguntó en la semana mi maestra. Y yo así como de… mis típicas lecturas existenciales, mis típicas rolas de gritos desesperados, un consumo de geopolítica así como que no hay mañana…

Ayñ…

Estirar la mente, implica tocar un polo, pero también el otro. Ahí está la luz; la intuimos, porque la hemos visto. Y a eso nos aferramos.

Imagen de kie-ker en Pixabay

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