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De mi –letra– escritura a mano…

Hay muchas cosas que quiero cambiar. Lo demanda mi propio crecimiento espiritual. Del que siempre estoy pendiente, aun cuando fallo de las maneras más ruines. 

Mi letra a mano, por ejemplo, siempre fue extraña, incómoda. Imitaba la letra de mi hermana, de mi amiga, de mi otra amiga, y de otra y de otra. ¿Y mi propia letra? Quién sabe… 

Es que este sistema todo nos lo ha constreñido, limitado… Recuerdo que en la primaria donde estudié, había un molde de letra “bonita”, entonces había que seguirlo: redondita, grandecita, pero ni muy muy, ni tan tan. Todas las personas con las que interactuaba cumplían el molde. Ellas, sobre todo –qué curioso–. Yo no, nunca. No exagero. No me quiero dar importancia de “diferente” o “transgresora”, simplemente mi letra nunca fue así, así que imitaba la de las demás. Y me era muy cansado. 

Hay algo curioso, esta es la primera vez que uso mi letra a mano. Desde que empecé a firmar libros, ahí apareció de nuevo. Porque el trabajo digital, me había absorbido por completo hacia el teclado. –De escribir en computadora, me gusta. Mi menta habla a mil por hora, dos, tres voces al mismo tiempo; sólo el teclado me permite lograr el cometido de escribir mis pensamientos. A mano no, no he podido–. Luego empecé a escribir mis sueños y sí, ahí estaba otra vez, la comodidad: he podido describir sueños enteros, con detalles –yo los sueños los tengo muy vívidos–, sin cansarme, sin que diga, “ya me dolió la mano”. ¡Oh, qué fuerte desengaño! Ahora le llamo despertar.

Porque es cierto, la misma palabra, “desengaño”, alude a lo negativo. Al dolor, a una angustia previa; y el desengaño como un “date cuenta, amiga”. Y también como poesía. El despertar, en cambio, crea conciencia. Sí, también mucha poesía.

Pensamientos como el escrito arriba, son los que mejor salen en el teclado. Van muy rápido. Luego, luego se van. 

Así que, ¿me he reencontrado con mi letra a mano? ¿O con mi escritura a mano? El significado, ahora lo sé, lo puedo ver. Entonces, Universo, muéstrame las posibilidades. ¡Que no se me diga atea!

Algo que me pareció muy curioso, fue que mientras pensaba en esto, me encontré una reflexión muy parecida de la escritora Cristina Rivera Garza, en su último libro, donde comenta que su generación aprendió a escribir cursiva, mientras que la generación de su hermana, aprendió a escribir letra de molde, como yo, de hecho:

El resultado en ambos casos es menos una letra única, sello del carácter irrepetible del autor, y más una letra generacional, y en muchos casos hasta regional, a través de la cual es posible distinguir tanto la edad, como los orígenes geográficos y de clase de los escribas.

Cristina Rivera Garza, El invencible verano de Liliana

Imagen de Zoltan Matuska en Pixabay

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Publicado enBlog

3 comentarios

  1. JUAN ANTONIO JUAN ANTONIO

    Y si efectivamente te califican de atea ¿qué?
    ¡No pasa nada! El contrario, tu escepticismo adornaría las filas de aquellos a los que simple y sencillamente, ignoro por qué razón, nos cuesta trabajo creer en la divinidad a la que nos han acostumbrado creer.
    Creer en la fuerza creadora del Universo no se saca de mi agnosticismo, lo refina.
    Nada de lo que digan los demás, en el sentido estricto no te debería importar, y más viniendo desde un comentario en un espacio como este.

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