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La práctica espiritual como revolución social

Acabo de escuchar un comentario de que la actividad espiritual es tibia, pasiva e implica casi, casi, “no hacer nada”. No recuerdo las palabras exactas, pero me llamaron la atención un par de cosas: la primera, la contundencia del comentario; la segunda, la seguridad desde la franca ignorancia. Sobre todo, porque precisamente una de las enseñanzas espirituales –por lo menos budistas– más importantes, va algo así como: no tengo la razón, este es sólo mi punto de vista. 

Así que allí me di cuenta que esta persona necesita un poco de práctica espiritual. Y yo también, porque en vez de sentir compasión, me molesté y me vine a escribir pensando lo que ya he reflexionado en otras ocasiones: la práctica espiritual es uno de los actos más valientes y aguerridos que podemos emprender.

Cuestionarme a mí mismo, observarme, reconocer mis errores, atreverme a decir “no sé”, “me equivoqué”, “perdón”, “gracias”, aceptar que necesito transformarme y, por encima de todo, como enseña el Buda mismo, quiero decir Shakyamuni: practicar, no nada más quedarme en la teoría o en la observación, sino, de hecho, transformarme; por eso se dice “práctica” espiritual y no “teoría” de la espiritualidad, como tantas teorías se enseñan en las academias. Los budistas tenemos altares precisamente para recordarnos todos los días la práctica a la que nos hemos comprometido: no es una adoración de imagen, es un recordatorio diario.

La práctica espiritual individual es un esfuerzo constante, por eso es el acto más eficaz para la revolución social, sobre todo, porque nace del verbo más revolucionario: amar. No hay otra salida. Para la humanidad, ya no hay otra salida. 

Pero esta es sólo mi opinión personal… 

Image by Couleur from Pixabay

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