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Mi relación con el feminismo

Siento empatía inmediata y orgánica cuando leo textos como el de El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza. Mucho se habló de él en las redes, en especial en cuentas de mujeres, escritoras, lectoras; llegué a él con esa inercia. Pero es impactante, sin duda. La rabia es ya como que genética. Entre otras cosas que les contaré en otra ocasión, relata la ineficacia del sistema judicial en México para resolver casos de feminicidio, violación y abusos de género.

O la columna “Carta a mi abuela” de Mónica Soto Icaza en el Reforma, donde cuenta del feminicidio de una de sus abuelas, y puedo intuir los abusos que en mi linaje existieron. 

Mucha de la literatura escrita por mujeres en México versa sobre el abuso de género. Desde distintas perspectivas. Porque Nora Coss, en Nubecita, también relata una situación de abuso, muy adentro del núcleo familiar, pero el tono hace que vayas por una narrativa como de colores. Es una combinación extraña, pero muy genial en términos literarios.

Empiezo a leer a mujeres, y mexicanas. Y contemporáneas. Y sí es curiosa la recurrencia del tópico. ¡Qué revelación histórica estamos –o están– escribiendo las mujeres en este momento! Y digo “están”, porque mi escritura no se identifica para nada con el tema en cuestión. 

Esto ha hecho que me replantee mi feminismo. Mucho tiempo me dije que no era feminista, y no lo quería ser, porque lo asociaba a… ya no me acuerdo qué pensaba… Detengo mis dedos sobre el teclado, pienso, viajo al pasado, recuerdo los dichos, pero no recuerdo el fondo, incluso le escribo a una amiga para preguntarle, ¿qué decíamos en ese entonces? Ella tampoco lo tiene muy claro. Quizá lo hemos enterrado por vergüenza… El punto es que a mí el feminismo me llegó ya tarde. 

Ya para cuando marchaba, es porque ya había sentido el dolor. Y la rabia, como digo, porque sí, de esa hay mucha. Ya, por ejemplo, cuando me comentaron que sí, que está bien que se manifiesten, pero no anden rompiendo la propiedad que es de todos, ya había visto a una señora gritar que si hay que romper hay que romper, con su hija desaparecida rasgándole la garganta… Ya se me había colado el feminismo: si hay que romper, hay que romper, pero al patriarcado lo vamos a tirar.

En fin. Y, ¿qué es el feminismo? Parte de la literatura que están escribiendo las mujeres, tiene que ver con el feminismo desde la teoría. De la cual no he leído nada, pero veo que las lectoras lo comentan en redes sociales. Por cierto, que también he visto influencers que hicieron su vida pública del feminismo y ahora dicen que ya no son feministas porque las feministas no están del lado de las madres… No entiendo nada, lo confieso. 

¿Por eso mi escritura no es feminista? Aunque igual y sí. De hecho, Cristina Liceaga, cuando me hizo el favor de presentar Mäywen, comentó: “como buena feminista que soy, esta novela tiene toques feministas”. No soy yo, es Mäywen, la protagonista, toda fuerte, toda atascada, y las muchas personajas que la acompañan. 

Pero no, no me siento parte del movimiento y me he puesto a observar mi obra, publicada y no, para publicar y no, y creo que tiene poco de mi momento histórico. Al que, por cierto, reconozco; es decir, uno de los grandes errores del actual gobierno –si se me permite la reflexión coyuntural– es que no ha reconocido al feminismo como la revolución social más importante del siglo. Como que eso de movilización de masas, manifestaciones, lucha de clase –¿de género?–, “violencia necesaria y justificada”, aplica, pero sólo para cuando la revolución la hacen los hombres. Todo ese marco teórico que sostiene el cambio de régimen por el que estamos atravesando aplica, ¿pero no aplica a las mujeres?

A lo que iba es que puedo sentir en el estómago el dolor, la rabia, las demandas, las exigencias, las inminencias del feminismo. Pero no escribo como muchas de mis colegas y eso, como todo, me hace sentir escindida.  

Image by Antonio Cansino from Pixabay

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