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De la paz mundial

La semana pasada reflexionaba sobre las posibilidades de que se desate una Tercera Guerra Mundial y concluía que la espiritualidad podría salvarnos y sí, quizá sea la clave para la paz mundial. 

El fin de semana, en respuesta al ataque en su consulado en Damasco, Irán lanzó miles de misiles a Israel. Ante el hecho, Estados Unidos amenazó con entrometerse y Putin dijo que, si los gringos se metían a defender a Israel, entonces ellos entrarían a defender a Irán. Y el mundo está al filo de la guerra nuclear.

La religiosidad, desgraciadamente, se ha traducido en violencia y xenofobia. Para ejemplo, lo que está haciendo Israel. Si bien hay intereses geopolíticos en medio, la realidad es que todo está sostenido –quizá inconscientemente– en los mitos religiosos del pueblo judío sobre una tierra prometida y ser el único pueblo elegido de Dios. Su dios.

Conviviendo con personas que practican alguna religión, también he escuchado o percibido severas exclusiones, juicios o sesgos, aun cuando dicha religión o el dios que corresponda hable de amor, empatía o valores por el estilo. 

La espiritualidad, en cambio, abraza a todo, no importa el dios, no importa la religión; hay una claridad de que hay diversidad de realidades y de que las construcciones teológicas son eso, construcciones humanas; en ese sentido, los principios éticos pueden permear más porque no tienen sesgo.

Con esto no quiero decir que en la espiritualidad no haya críticas, enojos o incluso violencia, todxs somos humanxs y, desgraciadamente, parece que en nuestra naturaleza está tender hacia lo negativo y lo violento. Sin embargo, una práctica espiritual implica reconocer lo anterior y transformarlo. Todos los días.

Ahimsa es un concepto en sánscrito que significa “no violencia”. Es uno de los principios éticos del yoga que, como practicantes, hemos de cultivar en el tapete –no violencia con mi cuerpo, no violencia en mis pensamientos– pero, sobre todo, en la vida en general, con la familia, en el trabajo, con los vecinos, en el tráfico. 

Este fin de semana tuve la fortuna y el privilegio de estar cerca de mis maestrxs y compañerxs de yoga y resoné con este concepto tanto por lo que está pasando en el mundo, como por lo que pasa adentro de mí.  

Entonces, ahimsa en la mente, ahimsa en el tapete, ahimsa en la oficina, ahimsa en casa. Y el recordatorio de practicar ahimsa todos los días lo da la espiritualidad, porque la religiosidad, en todo caso, si bien tiene el principio ético, al mismo tiempo hay un dios allá afuera que puede perdonarme si soy violentx, ¡o el mismo dios es violento y racista! Pero en el entendimiento de que todxs somos iguales –tan divinos como mortales– y de que todxs estamos interconectados, no hay espacio para dañar al otrx y tampoco hay responsables más que yo mismo cuando fallo. 

¿Ahimsa puede abonar a la paz mundial? ¿Ahimsa puede cambiar el rumbo del mundo cuando es claro que las decisiones las toma un grupito con intereses económicos –siempre económicos – de por medio? Quizá. Porque en todo caso, los enfrentamientos bélicos allá afuera, esos que sí explotan bombas y matan gente, podríamos no replicarlos, por ejemplo, en las redes sociales, cuando apoyamos a uno u otro bando y nos decimos cosas horribles.

Entre las propias familias y lxs propixs amigxs hemos podido ver la fragmentación porque ha dejado de haber tolerancia al que piensa distinto, pero es que eso siempre lo han enseñado las religiones, eso de que hay que matar al moro, pero en tierra de moro hay que matar al cristiano; la realidad es que, históricamente, las guerras santas han sido culpa de las religiones. En cambio, en la espiritualidad, hay una conciencia de que mi opinión no es la única y, por lo tanto, ni es válida, porque hay otras realidades y hay otras posibilidades. Así que volvemos de regreso a la semana pasada: la espiritualidad podría salvarnos. 

Pero esta es solo mi opinión personal y no es importante.

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