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El amor en los tiempos del neoliberalismo

Confieso que el primer título que pensé para esta entrega fue “El amor en los tiempos del coronavirus”, apelando a El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez. Después me di cuenta de dos cosas: que varios medios ya han usado el título y, la más importante, que lo que estoy por reflexionar no se limita a los años de esta pandemia, sino que más bien tiene que ver con el sistema económico en el que vivimos. 

Estamos totalmente desconectados. El engaño de “el que trabaja más, obtiene más” y “el que es pobre, es por huevón”, la adicción por acumular cosas, la explotación ya rapaz de la naturaleza para crear productos que ni necesitamos, la esclavitud laboral para cumplir el sueño de la movilidad social que raras veces llega, es resultado del capitalismo mutado a neoliberalismo. No se trata aquí de estar a favor o en contra; la conciencia, más bien, nos enseña a ver las cosas tal y como son.

Recientemente, a propósito de la película en Netflix, Misbehaviour (2020), que cuenta del movimiento feminista que protestó en contra del Miss Mundo de 1970, platicaba con una persona sobre qué evento pudiera hacer el ser humano en la actualidad para alabar la belleza, sin la banalidad ni la cosificación de los ya conocidos certámenes. Inmediatamente, pensé en los griegos. Para ellos, me dije, ese certamen quizá eran las Olimpiadas, porque se alababa el cuerpo bello, pero no trivialmente, sino como resultado de una disciplina atlética, de un cuidado integral, no basado en estándares absurdos, sino en la salud y en la virtud que brinda el camino de la práctica deportiva.

Hoy por hoy, es cierto que empezamos a condenar los certámenes de belleza, pero también vemos casos lamentables en las Olimpiadas modernas de intoxicación del cuerpo y, si salimos de este rubro, de politiquerías y de corrupción, alimentada ésta última por la enfermedad neoliberal por excelencia: la adicción al dinero.

El neoliberalismo nos desconectó de nosotres mismes y del todo, acumulamos cosas, modificamos nuestro rostro, obnubilamos la mente a la que le está siendo imposible relacionarse con esta realidad distorsionada. 

Entonces, ¿y si volvemos a los griegos? 

Todavía hoy, Occidente vive su relación con el otre y con el mundo a partir de las dos principales escuelas de pensamiento heredadas desde los griegos: la realista y la idealista, fundada, ésta última, por Platón. Aquí hay algo hermoso que merece ser contado: todos sabemos que Sócrates fue el maestro de Platón, pero pocos sabemos que Sócrates tuvo una maestra, Diotima. Él mismo lo cuenta en El Banquete: todo lo que sé, me lo enseñó mi maestra, Diotima. Lo que me lleva a concluir que la verdadera fundadora de la escuela idealista, pudiera ser una mujer.

Me gusta decir que Platón conceptualizó el amor cuando concientizó su alma. Sus diálogos del Amor y el Alma están íntimamente ligados, no se puede entender uno sin el otro. El amor para Platón, es la búsqueda de la Belleza, la Belleza como sinónimo de Virtud; el amor, entonces, es un camino que emprende el alma hacia su origen divino, hacia nuestro ser más bello.

Fedro o del AmorFedón o del Alma y El Banquete o de la Erótica, son diálogos indispensables para reconectarnos con las posibilidades de nuestro ser más virtuoso. Toda la literatura amorosa de Occidente viene de aquí. Las aventuras, por ejemplo, que emprenden los caballeros de la literatura europea del siglo XII, es una metáfora en donde la valentía, el honor y las virtudes en general, los hacen merecedores del amor, en este caso, de una dama.

El amor platónico, lejos de la trivialidad en que le ha envuelto la modernidad, es un camino espiritual que nos lleva a ser mejores. El amor es el camino para despertar de la ilusión del neoliberalismo y liberarnos de las cadenas que nos oprimen. El amor, lo han dicho infinidad de maestros, es la salvación para el ser humano. Y realmente no hay otra salida, para la humanidad, ya no hay otra salida.

Imagen de Peggy und Marco Lachmann-Anke en Pixabay

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