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Qué violentas son las rupturas…

Qué violentas son las rupturas. Y no estoy pensando en las amorosas o las laborales nada más, me refiero a las que experimentamos con nosotros mismos. 

Sentarse a meditar, ay, sentarse a meditar. Silenciar la mente es muy difícil, pero es interesante el camino que recorremos hacia ese logro: las visualizaciones, los recuerdos, observar las cosas tal y como son, sin juicio. Y después, esas iluminaciones chiquitas; como “caídas de veinte”. 

Todo suena hermoso en la teoría. Y de hecho sí lo es, sí es un camino hermoso. Pero insisto, las rupturas son violentas. Quizá por eso se habla de “muertes espirituales”, antes de los despertares o renacimientos; de “malviajes”, antes del viaje expansivo y luminoso; del miedo, antes de la certeza.

Lo que yo he visto, recordado y hecho consciente, no ha sido fácil. He visto el daño que me he hecho a mí misma y por consecuencia a otros; he visto la autoexigencia, el maltrato, y cómo esto que me permito hacerme a mí, se lo permito a otros; he visto los dolores que cargo, los traumas que se asientan en el cuerpo. La buena noticia es que podemos transformarnos y precisamente por eso nos sentamos a meditar. Aunque tengo que confesar que yo soy más afecta al yoga: aterrizar en el mat para soltar lo que cargo, cambiar hábitos en el mat para cambiarlos en la vida real; conectar con el cuerpo para sanar adicciones, desintoxicarlo, y también al alma; estirar el cuerpo, para estirar la mente. Y las veces que te caes, y te vas de nariz, y todo tiembla, y lloras en el Savasana…

En fin, dejar ir al viejo yo es, probablemente, la ruptura más violenta. ¿Quién se atreve a luchar contra sí mismo? –spoiler del nuevo libro–. Dejas de reconocerte, probablemente, te desconozcan los demás. Y ahora, ¿quién soy?

Pero me encanta la metáfora del sendero budista: una vez que empiezas a caminarlo, es imposible volver atrás. Ya no se puede ignorar lo visto. Despertar y no volver a dormirnos. Ese es el viaje sin retorno –por si alguien ha leído mi primera novela, ahora ya saben a qué me refiero al final–.

Image by justraveling from Pixabay

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Publicado enBlog

Un comentario

  1. JUAN ANTONIO JUAN ANTONIO

    Recurro a este texto tuyo poeta, en una noche en la que mis dedos están tentados a marcar ese teléfono que me queda claro no debo marcar, toda vez que sé que al hacerlo, tal y como tu lo describes, representaría hacer o para hacerme daño otra vez.
    Y es que no tienes una idea de cómo la amo.
    No tiene suna idea del dolor que me genera haberla perdido, muy posiblemente para siempre, luego de haberla amado por más de cuarenta años.
    Mi musa eterna;
    Le dediqué primero mi tesis de licenciatura;
    Maestra, me acompañó en mis primeras experiencias al frente de un grupo de alumnos.
    Luego de una primera y desgarradora ruptura, dejé de verla por más de veinte años, tiempo en el que inspirado en ella hasta construí una de las partes de mi carrera que más disfruto: la investigación histórica y la divulgación.
    Me volví a enamorar de ella el día que la vi de nueva cuenta, pero ya con su cabello blanco y algunas arrugas.
    La dediqué mi segunda tesis, la de maestría.
    Pasé diez años intentando lograr ese propósito de mi juventud de hacerla finalmente mi esposa, solo para darme cuenta que aquello que impidió que se convirtiese en la madre de mis hijos, también impedirá que terminemos nuestras vidas juntos.
    Ella puede ser el motivo de mis mayores construcciones, pero también de mi potencial descarrilamiento.
    No voy a negar: es poseedora de una esencia mágica, como sin duda y tu también la tienes; además, como el tuyo, su santoral es del 22 de julio, es decir que se llama Magdalena.
    Hermoso nombre por cierto, Le haces un gran honor!
    Cuídate, no dañes, pero en especial no te dañes.
    Sigue escribiendo y sigue aprendiendo a convivir con tus rupturas internas y externas.
    Eso intento yo en este momento en el que nuevamente me atreví a acceder a esta “Pupila Dilatada” para leer lo que en el mismo nos compartes, que es muy valioso por cierto. Gracias!

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